Reseña del libro "Al derecho y al revés"
Entrar al libro de una mujer es llegar a una habitación en penumbras, cálida de misterios, sencillamente sagrada. Allí le hallamos, desnuda. Más allá de la desnudez, la transparencia. Más allá del goce o del pesar, el cuerpo de cenizas que resguarda un jardín, un centro intocado e intocable, donde la palabra alcanza y cada nombramiento es un duendillo del amor. Irrumpir en ese mundo es respirar una soledad de luciérnagas. Los objetos bruñidos de la noche, los objetos de la poesía, nos susurran historias incomprensibles. Uno ha de saber contemplar lo mágico que se posa en la yema de los dedos, y detenerse, como se detiene un instante atravesado por las imágenes más densas. Las imágenes afloran desde lo oscuro: la cima de unos pechos, tersura de una piel-desierto, visiones que confunden lo real hacia el interior de un espejo. En ese espejo límpido todo se refracta, y en esa agua misteriosa caemos, sin comprender de qué lado es sueño o vigilia, al derecho o al revés. Llegar al libro de una mujer es quedar desnudo frente a una cicatriz. Se adentra hombre o duende. La advertencia es oblicua como sinuosos son los caminos de su cuerpo. El cristal-cicatriz se abre y la lluvia adentro nos toca afuera. El rito se repite con cada poema-historia, poema-batalla; pero no todos osan adentrarse. Adentrarse es perder el nombre. Demasiado vértigo, demasiada humedad en el légamo de su orilla. Leemos la espera, la soledad, el anhelo; pero desde la distancia de un velero. Si yo me llamara Nadie y anduviera perdido, sabría a qué isla volver. Abrir el libro es definitivamente regresar.
