«Todos venimos de una actividad de cama, excepto los que vienen de la mesa de la cocina»: estando la sexualidad en nuestro origen, no es extraño que la ciencia siempre se haya interesado por ella, como se preocupa, también, por la prevención y el tratamiento de disfunciones y enfermedades sexuales o por mejorar la reproducción asistida. Sin embargo, ¿qué hace un antropólogo en un club de alterne? ¿Le sirve a un economista el largo de la falda como indicador para predecir subidas en la Bolsa? ¿Puede un matemático descubrir la «estructura algebraica exacta» del amor? La respuesta es sí. Y no sólo eso: los astrofísicos documentan cómo sería un coito en gravedad cero, los médicos catalogan con aparatos la intensidad del orgasmo, los psicólogos certifican que la relación sexual en pareja es un 400 por ciento más satisfactoria que la masturbación, y el doctor Chien Liu, del Wagner College, ha fijado en concretamente 17,6 años el punto crítico en que el hombre casado adquiere «una motivación creciente para comprometerse en una relación extraconyugal». En sex machine, Édouard Launet documenta los progresos de la ciencia en el estudio de nuestro «ser sexual» y lo hace con admirable conocimiento, extrañeza e ironía.