Reseña del libro "Diario de un Lobo: Pasajes del mar Blanco (Trayectos Supervivencias)"
Y es que la realidad rusa, especialmente en el norte, escapa a toda norma; aquí los espacios no tienen límites, el fango no tiene fondo y las aldeas carecen de forma; es como una «gelatina de guisantes» (por utilizar la expresión de Dostoievski) de la que sobresalieran objetos diversos: aquí, una cruz ortodoxa, un alambre de espino, un túmulo sami y un fragmento de cráneo humano con un agujero de bala; allí, los restos de un cohete o de un submarino.
Mariusz Wilk
«En las Solovki se ve Rusia como el mar en una gota de agua»: estas remotas islas del mar Blanco, ahora apenas pobladas, que forman un laberinto de bosques y lagos a unos 170 kilómetros del Polo Norte, parecen condensar diez siglos de historia rusa y trazar un aviso sobre su futuro. Centro de la iglesia ortodoxa y de la cultura monacal, campo de experimentación de innovaciones tecnológicas y utopías sociales, sede de la más antigua prisión política zarista y del primer campo de trabajo de la Unión Soviética, desde estas islas «se fue modificando la fisonomía del país». El polaco Mariusz Wilk ha vivido diez años en estas tierras al límite, con la consigna de «mirar, escuchar y callar».
Convencido de que el Gran Norte ruso debe ser vivido y experimentado, para no caer en la precipitación del viajero profesional, busca en la gente y los paisajes «hechos que no sean accidentales y aproximaciones que no sean fruto del azar». Entre el hielo, el mar y la tundra, entre ermitas centenarias y barcas abandonadas por capitanes borrachos, Diario de un lobo es el brillante testimonio de un viajero sedentario, de un extranjero comprometido, obra de un autor de culto ya encumbrado en una tradición polaca del reportaje con la que él guarda las distancias pero en la que destacan figuras como Kapuscinski.
