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portada Cambiamos
Formato
Libro Físico
Editorial
Colección
ENSAYO
Año
2016
Idioma
Español
N° páginas
352
Encuadernación
Tapa Blanda
Dimensiones
23 x 15.5 cm
ISBN13
9789500754880

Cambiamos

Hernán Iglesias Illa (Autor) · SUDAMERICANA · Tapa Blanda

Cambiamos - Hernán Iglesias Illa

Libro Nuevo

$ 20.339

$ 22.599

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  • Estado: Nuevo
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Reseña del libro "Cambiamos"

El Pro y “la batalla cultural”Un modo “cool” de iniciar una carrera hacia el próximo baño de sangrePor Teodoro BootMartín Rodríguez ha hecho el esfuerzo de leer Cambiamos, diario de campaña (electoral, claro está) escrito por Hernán Iglesias Illa –funcionario o asesor en comunicación estratégica del Pro–, y de publicar en la revista Crisis el análisis y las impresiones que le suscitó su lectura. La feliz circunstancia nos libra a las gentes perezosas de la experiencia de sumergirnos en la inquietante mentalidad de, en palabras de Rodríguez, “la elite de ex jóvenes” que, nucleados alrededor de Marcos Peña y bajo la guía espiritual y es-tratégica de Jaime Durán Barba, consiguieron darle voz y cerebro al grupo político-empresarial que hoy nos gobierna.Glosar la interesante nota de Rodríguez carece de sentido, pues es posible acceder a ella en http://revistacrisis.com.ar/notas/cambiaron, de manera que, dando por acertadas sus observaciones, trataremos de hacer una breve síntesis de las impresiones que, a su vez, nos suscitó su lectura. Sin embargo, parece inevitable reproducir este párrafo (en el que el subrayado corre por nuestra cuenta) quitándole sus líneas tal vez más jugosas, dicho esto para que el lector se remita al texto original:“El libro es, también, un relato de venganza (...) la venganza de los nerds de la antipolí-tica contra los politizados pasados de rosca (dentro y fuera del PRO) (...) Illa escribe contra los politólogos y etnógrafos del peronismo bonaerense, contra los consumidores de House of Cards, contra los quintacolumna de la realpolitik, contra los radicales del ‘partido centenario’ que quieren escribirle ‘la plataforma a Cambiemos’ (...) contra los cicerones del clientelismo, contra los massistas que se hacían gárgaras de bala esperando el momento en que el PRO aceptara la inevitabilidad del acuerdo con Massa, contra los decanos de la Di Tella que les ‘dan línea’, contra los sensibles de la UCA que sobre-valoran los gestos del Papa, contra los progresistas que creían que gracias a Cristina y los peronismos provinciales tenían al electorado cautivo, contra esa fauna famélica de sentido que hizo de la política un manual de estilo: rosca, derpo, territorio, punteros, batalla cultural, y siguen las firmas.”Es curioso, porque de la lectura de la reseña de Rodríguez lo que se desprende con cla-ridad es que “esa elite de ex jóvenes” parece haber comprendido mejor que nadie qué significa eso de “batalla cultural”. Y, lo que resulta más significativo, haberla llevado a cabo. Porque así como del amor conviene no hablar sino hacerlo, a la batalla cultural no se la declama sino que se le libra. Y Rodríguez, o más bien Iglesias traducido por Ro-dríguez, justamente da cuenta del modo en que a través de la “elite de ex jóvenes”, ese sector social venció cómodamente la batalla cultural de la que en estos años tantos no se cansaron de hablar, de paso confundiendo a sus oyentes. Es de eso, de lo que se des-prende de la nota de Rodríguez, de lo que trata la dichosa (por mentada) batalla cultural: de la simultánea construcción de un sistema de valores y de un sistema de prejuicios, de una forma de construir un pensamiento y las categorías que de él se derivan.Todo lo demás es paisaje.En ese sentido, vale la pena remitirse al original y, ya con mayor espíritu de sacrificio, al original del original.De todos modos, durante la lectura de la reseña de Rodríguez quien escribe no podía dejar de pensar en que asistía a una suerte de remake de los Sushi Boys, de los Lopérfi-dos y Lombardis alegremente amuchados alrededor de Antonito De la Rúa y el banque-ro Fernando de Santibañes. Y cabe sospechar que terminarán de modo semejante, no por los méritos de un movimiento nacional vuelto, hoy más que nunca, ese gigante in-vertebrado y miope del que hablaba Cooke, sino por sus propias limitaciones. “El PRO te quiere dejar en paz –glosa Martín Rodríguez–, te saca lo más que puede el Estado de encima y entonces sólo tiene para ofrecer economía. En esa fortaleza anida su debilidad: ¿tendrá economía para todos?”, se pregunta finalmente.Vías de escapeEn el plano de los proyectos y modelos económicos en relación con la gente de pata al suelo, Argentina enfrenta dos dificultades insalvables, o al menos no resolubles librado el país a sus propios medios. Por un lado, no existe ninguna posibilidad de retornar al paraíso oligárquico, al país agrario, ya en crisis terminal al promediar la segunda década del siglo XX: hace ya demasiados años que la cantidad de habitantes superó, con creces, el número de personas que podrían, no ya prosperar, sino al menos medrar en una eco-nomía agraria. A ojo de buen cubero, sobrarían en la actualidad al menos unos 25 mi-llones, a los que, por otra parte, no hay dónde poner ni a adónde mandar, a no ser que esos neointelectuales del macrismo estén pensando en alguna clase de “solución final”.No es viable el país que esta “elite” quiere, o sin saberlo produce, a tanta distancia de Estados Unidos y Europa. Para los hundidos en la miseria de Centroamerica y México, Estados Unidos está a tiro de piedra y resulta tentador como alternativa al páramo en que se han vuelto sus hogares. Y para llegar a ese paraíso americano basta con un viaje en tren, en camión o hasta a pie. Lo mismo ocurre con turcos, sirios y hasta norafricanos y subsaharianos con Europa: el Mediterráneo es nada comparado con el Atlántico, mu-cho más de tener que cruzarlo en diagonal.Los empobrecidos y marginados por el proyecto económico actualmente en ejecución en nuestro país, los que carecen de propiedad, título universitario, oficio calificado, no tienen dónde ir, ni encuentran forma de escapar. Por el contrario, ese páramo al que ve-lozmente –demasiado velozmente– vuelven a ser “desterrados” es a la vez la “vía de escape” de los marginados de Bolivia, Paraguay, Perú y hasta Chile y Uruguay. En su-ma, existe alguna posibilidad de encontrar un destino fuera del país sólo para un peque-ño porcentaje de las clases medias en proceso de empobrecimiento, proceso tan vertigi-noso que se puede apreciar únicamente remitiéndonos a antecedentes históricos nada remotos.El segundo de los problemas argentinos también se relaciona con la cantidad de habitan-tes: el número es demasiado exiguo para crear un mercado interno de suficiente enver-gadura como para llevar a cabo un proyecto industrializador. Es necesario entonces agrandar el mercado interno, lo que además de políticas redistributivas, requiere –dicho sea de paso, para ilustrar a tanto analfabeto funcional hijo de inmigrantes que chilla por la nueva inmigración– de la creación de un ambiente atractivo para atraer nuevos traba-jadores y consumidores, pero fundamentalmente mediante la integración regional. Nuestro país, por sí solo, no puede desarrollar esa densidad nacional que insistentemente reclamaba Aldo Ferrer.Este camino, el de la integración regional, que puede facilitarse por el idioma, la cultura y la historia comunes, pero que en realidad se explica por la necesidad de supervivencia y desarrollo de las sociedades sudamericanas, es el que primero intenta dinamitar el gobierno surgido de la “venganza de los nerds”, de la acción de esa “elite” intelectual del macrismo.Estados Unidos, Europa, Israel, son destinos posibles para la clase media sobrante. Lo que cualquiera se pregunta es dónde piensan meter estos tipitos a los 25 millones de argentinos que quedan afuera de un modelo económico que, por su propia limitación estructural, está condenado al fracaso. Ni cómo planean sofocar la reacción de los ex-pulsados.En ausencia de conducciones y organización, tras un largo proceso de marginación, la reacción de las multitudes suele ser individual y delictiva, modalidad motivada, a partes iguales, por la necesidad y el resentimiento. De acuerdo a los ritmos actuales, cabe pre-sumir que sea colectiva, pero desorganizada, punto en el que –como es prescriptivo– se hace necesario “volver” a Perón: “No se vence con la fuerza sino con inteligencia y or-ganización”La “operación kirchnerización”, el intento de separar o diferenciar un hipotético kirch-nerismo de un frente nacional con eje en el peronismo (último refugio, identidad cultural básica del pueblo argentino) ha sido exitoso. ¿Y cómo no iba a serlo, si fue llevada a cabo tanto desde fuera como desde dentro del movimiento nacional?La consecuencia de esta exitosa operación ha sido una mayor dispersión y desorganiza-ción en la que imperan la duda, la confusión, la envidia, la descalificación.Entretanto, las elites económicas intentan expulsar de la sociedad la mayor cantidad de personas y a paso redoblado desmontan cuidadosamente el Mercosur, hacen acuerdos para la instalación de bases militares estadounidenses, entregan Malvinas y lo que pu-diera tocarnos de la Antártida, suscribirán los acuerdos trasnacionales sobre patentes y firmarán el tratado transpacífico y cualquier pacto que asegure la indefensión de nuestra industria.¿Cómo podrá salirse en el futuro de ese corset?El oráculo de San MartínMás allá de los vaticinios sobre el fin de la historia y la muerte de las ideologías, de la brutal campaña de desideologización, despolitización y transculturación a que es some-tida la sociedad, como les sucede a las brujas, las constantes históricas podrán no existir, pero insisten en manifestarse y reencarnar en nuevas formas, desde los tiempos previos a nuestro primer intento autonómico y emancipatorio que en estos días algunos cele-bramos.Viene a cuento, por su actualidad, recordar el frustrado retorno de José de San Martín, quien 6 de febrero de 1829 llegaba a las puertas de Buenos Aires a bordo del HMS Countess of Chichester, llamado por el gobernador Manuel Dorrego para ponerse al frente de la guerra contra el imperio del Brasil. Pero llegado el momento, el Libertador se negó a bajar a tierra.En Buenos Aires, tras asesinar al gobernador Dorrego y luego de ser derrotado en la batalla de Puente de Márquez, Juan Lavalle se había atrincherado en la ribera del río Matanza, mientras Estanislao López, que lo había vencido, volvía apresuradamente a Santa Fe, temeroso de que desde Córdoba, José María Paz, que acababa de derrocar a Juan Bautista Bustos, invadiera su provincia. Lavalle quedaba frente a frente con Juan Manuel de Rosas, quien, dueño de la campaña y establecido en Cañuelas con sus Colo-rados del Monte, amenazaba a la ciudad sometida a las fuerzas unitarias.Al momento del arribo de San Martín la ciudad estaba sumida en el terror y el desorden. El gobierno unitario había iniciado una brutal persecución contra los partidarios de Do-rrego y proscribía a federales caracterizados. Anchorena, Terrero, Wright, Iriarte, Agui-rre, Balcarce, Maza fueron arrestados y deportados. El mayor Mesa y otros oficiales que habían permanecido fieles al legítimo gobernador eran fusilados en la plaza Victoria.San Martín se había enterado del golpe de Estado de Lavalle al pasar por Río de Janeiro, y fue en Montevideo donde recibió la noticia del fusilamiento de Dorrego. Conmovido, tomó la decisión de no desembarcar.Seis días después de su arribo, en la tarde del 12 de febrero, el barco zarpó rumbo a Montevideo, donde el Libertador fue sorprendido por la llegada del coronel Eduardo Trolé y Juan Andrés Gelly, delegados del general Lavalle que venían con la propuesta de que aceptara hacerse cargo del gobierno de Buenos Aires, que tan temerariamente Lavalle había usurpado. San Martín se negó de plano, explicando que había rechazado un pedido similar formulado por los federales.Más allá de las razones que dio a Lavalle y de sus desoídos consejos de pacificación y concordia, será a sus amigos Guido y O´Higgins a quienes dará las razones de su actitud: “Las agitaciones consecuentes a diecinueve años de ensayos en busca de una libertad que no ha existido –escribió–, y más que todo la difícil posición en que se halla en el día Buenos Aires, hacen clamar al general de los hombres que ven sus fortunas al borde del precipicio y su futura suerte cubierta de una funesta incertidumbre, no por cambio en los principios que nos rigen, sino por un gobierno riguroso, en una palabra, militar, porque el que se ahoga no repara en lo que se agarra. Igualmente convienen y en esto ambos partidos, que para que el país pueda existir es de absoluta necesidad que uno de los dos desaparezca. Al efecto se trata de buscar un salvador que, reuniendo el prestigio de la victoria, la opinión del resto de las provincias, y más que todo un brazo vigoroso, salve a la patria de los males que la amenazan. La opinión, o mejor decir, la necesidad presenta este candidato: él es el general San Martín… Partiendo del principio de ser absolutamente necesario el que desaparezca uno de los dos partidos de unitarios o fede-rales, por ser incompatible la presencia de ambos con la tranquilidad pública, ¿será po-sible sea yo el escogido para ser verdugo de mis conciudadanos y cual otro Sila, cubra a mi patria de proscripciones? No, amigo mío, mil veces preferiré envolverme en los males que ser yo el ejecutor de tamaños horrores. Por otra parte, después del carácter san-guinario con que se han pronunciado los partidos contendientes ¿me sería permitido por el que quedase vencedor una clemencia que no sólo está en mis principios, sino que es del interés del país y de nuestra opinión con los gobiernos extranjeros, o me vería preci-sado a ser el agente de pasiones exaltadas que no consulten otro principio que el de la venganza? Mi amigo, es necesario que le hable la verdad: la situación de este país es tal, que al hombre que lo mande no le queda otra alternativa que la de someterse a una fac-ción o dejar de ser hombre público. Este último partido es el que adopto…. Ud. conoce-rá que en el estado de exaltación a que han llegado las pasiones es absolutamente impo-sible reunir los partidos en cuestión, sin que quede otro arbitrio que el exterminio de uno de ellos…”.Ocho meses después, un victorioso Juan Manuel de Rosas se hacía cargo del gobierno de la provincia. Aclamado por la inmensa mayoría de los bonaerenses y con el apoyo casi unánime de las provincias, lo hacía con el propósito de “restaurar las leyes”. Sin embargo, no pudo escapar al vaticinio de San Martín, quien con singular clarividencia había advertido lo que algunos tontos han dado en llamar “grieta” y que no es sino la existencia de dos proyectos de país: uno, que nunca puede terminar de realizarse, y el otro al que le basta con impedir esa realización.En uno de esos dos momentos estamos ahora, como lo estuvimos siempre. No obstante, cada tanto aparece en este lugar del planeta alguna elite de ex jóvenes convencida de haberle inventado el agujero al mate o, acaso más temerariamente, aquel que, como Ur-quiza y Lonardi, bajo el lema “Ni vencedores ni vencidos”, nos precipite a un nuevo baño de sangre.cambiaronMartín Rodríguez escribe sobre “Cambiamos”, el diario de campaña de Hernán Iglesias Ilia, funcionario en comunicación estratégica del PRO.POR: MARTÍN RODRÍGUEZILUSTRACIONES: MARIANO LUCANO19 DE MAYO DE 2016crisis #24 Quizás el mayor hallazgo de “Cambiamos”, el libro de Hernán Iglesias Illa, sea su capa-cidad de modular el inconsciente de una nueva burguesía sublevada: el pasaje que fue haciendo una elite de ex jóvenes desde la vida privada a la vida pública a partir de la “crisis” y los instrumentos de un nuevo conocimiento de esa sociedad. Iglesias Illa co-noce a su jefe, Marcos Peña, en un asado en Palermo en 2002 y le impresiona su desafío verde: construir “lo nuevo” con Mauricio Macri. La usina de esa construcción es la Fundación Pensar. Si Durán Barba se ufana de algo es que ellos “investigan” la socie-dad. Los focus groups y las encuestas los obsesionan porque les permiten llevarse la sociedad a sus casas, esa sociedad que imaginan cada vez más libre, menos atávica con las tradiciones políticas. De este modo, las acciones que más se repiten en el libro de Iglesias Illa son reuniones: en Parque Patricios, en el Botánico, en el subsuelo de Bal-carce, reuniones de cuatro, de cinco, de siete, de dos, a veces con Macri, a veces con los “halcones” de la economía, casi siempre solos. El libro “Cambiamos” dice que cambiaron ellos, enuncia para adentro el virtual aprendizaje “democrático” del PRO originario. Porque es un experimento doble: lo que proyectan sobre la sociedad y lo que proyectan sobre sus políticos (Macri, Vidal, Larreta). Es la historia de la prehistoria: de cómo llegó Macri al poder, su recta final y el triunfo de ese “laboratorio” por sobre todos los otros laboratorios que se cansaron de subestimarlos.una felicidad engañosaIglesias Illa es un periodista y escritor devenido en consultor, que revela a cuentagotas y día a día, en una escritura minuciosa y tramposa, el secreto de esta Coca Cola electoral llamada PRO. ¿Por qué tramposa? Porque nos confunde: no sabemos si son o se hacen. “Cambiamos” muestra el diario íntimo de una campaña donde cumplieron una prueba imposible: derrotar al peronismo sin el peronismo. Iglesias Illa es un luterano de Jaime Durán Barba y de su apóstol: Marcos Peña. Son los luteranistas del liberalismo argentino ortodoxo. “Jaime” y “Marcos” (así los llama) evangelizaron una tropa capaz de imprimir mística, discurso, repentismo, contacto directo (vía Facebook) y una convocatoria de voluntarios que estuvo fuera del mapa de casi todos los radares académicos: ¿de dónde salieron los miles de jóvenes que quisieron ser fiscales para Cambiemos? La euforia con la que está escrito “Cambiamos” intenta retener la zozobra de un triunfo electoral sobre el peronismo cuya decodificación algunos amigos de izquierda también gozan. Es decir: en la derrota electoral del peronismo el PRO, y también parte de nuestra izquierda, viven la celebración de una desterritorialización del voto, un nuevo resquicio crítico por el que respira el 2001 en la política argentina, una “revolución de la gente”. La política de los antipolíticos, o, en palabras del autor, una “contracultura”. Si vivimos estos días colgados de “viejos salarios con precios nuevos”, también dirán que aún vivimos sobre “viejas estructuras con tiempos nuevos”. Pues bien: el libro acaba de ser editado, y no lo leemos sobre el clima triunfal sino sobre el clima de gobierno: despidos, devaluación, baja de retenciones, liberación del cepo (con un dólar teñido de azul), negociación con los fondos buitres, y un largo etcétera. Y entonces lo leemos en este contexto ardiente bajo esa trampa: algunos prejuicios que Iglesias Illa dice que se proyectaron sobre el PRO en la campaña del miedo se terminaron confirmando. Ese “destiempo” del libro es ya todo un resultado.Hay algo que decir del tono: la excesiva distinción con que trata a Marcos Peña -siempre tiene la respuesta justa, el ánimo templado, el mail componedor- también se presume como pequeña astucia: Iglesias Illa sobresale con este libro de lectura imperiosa, y ese sobresalto debe ser auscultado en un reconocimiento constante a la autoridad política de Peña. Porque para esta religión soft podría no haber nada peor que parecer más inteligente que sus jefes.tiempo de revanchaEl libro es, también, un relato de venganza. En palabras del autor: la venganza de los nerds de la antipolítica contra los politizados pasados de rosca (dentro y fuera del PRO, porque el PRO también tiene sus políticos clásicos) que siempre los trataron como a monaguillos a los que a la larga había que explicarles la verdad de la milanesa. Illa es-cribe contra los politólogos y etnógrafos del peronismo bonaerense, contra los consumi-dores deHouse of Cards, contra los quintacolumna de la realpolitik, contra los radicales del “partido centenario” que quieren escribirle “la Plataforma de Cambiemos” (cuenta con crueldad los detalles de esas reuniones literarias con los correligionarios), contra los Levy Yeyati y CIPPEC y todos los campeones nacionales del “hice campaña por el otro candidato pero voté por usted”, contra los pobristas, contra los cicerones del clientelis-mo, contra los massistas que se hacían gárgaras de bala esperando el momento en que el PRO aceptara la inevitabilidad del acuerdo con Massa, contra los decanos de la Di Tella que les “dan línea”, contra los sensibles de la UCA que sobrevaloran los gestos del Papa, contra los progresistas que creían que gracias a Cristina y los peronismos provinciales tenían al electorado cautivo, contra esa fauna famélica de sentido que hizo de la política un manual de estilo: rosca, derpo, territorio, punteros, batalla cultural, y siguen las firmas. Illa escribe contra el peronismo. Pero su libro es también un libro contra el PRO, explicado como la proeza de haber hecho algo nuevo con algo tan viejo: con un empre-sario joven, mañoso, autoritario, fóbico, prejuicioso e incapaz de identificar y romper los prejuicios que produce, insensible, hijo de la patria contratista que odia al Estado y a su máquina de distorsionar una economía argentina siempre a “liberar”. La humanización de Mauricio Macri, el logro “milagroso” de Durán Barba y los suyos, una década afinando la psicología de su caudillo cheto, también es la batalla por imponer el mantra del gradualismo porque, se insiste veinte veces en el libro, para Durán Barba “de un ajuste puro y duro no se vuelve”.gradualismo o barbarie liberalUna de las piezas clave del libro acontece el miércoles 8 de julio. Esa mañana, Jaime entra al subsuelo del Hotel 725 y les dice a los suyos “Yo por mí tiraría una granada aquí”. ¿Qué pasa esa mañana de invierno en el subsuelo de ese hotel? Una prueba de fuego: deberán convencer a los economistas del peligro de no ser gradualistas. Iglesias Illa escribe con esperanza: “Como embajador de Pensar en la campaña y embajador de la campaña en Pensar, llevo varios meses tratando de convencer a ambos de que están más cerca de lo que creen: ni los que hacen los planes son unos fríos tecnócratas que desprecian las restricciones políticas ni los estrategas de la campaña son unos ogros del marketing que desprecian las restricciones de la realidad.” Durán Barba no les pide que mientan (“porque se nota”), les pide que crean en “eso”. ¿Qué es eso? El gradualismo. “Si llegamos al gobierno y tomamos medidas antipopulares, nos vamos a tener que ir nadando a Montevideo”, dice y se ríen. Es una paradoja: mientras los cuadros de Pensar profesan la existencia sólida de lo que Durán Barba llama el “nuevo elector” (un virtual 80 por ciento de personas que votan lo que se les canta), su movimiento tiene certezas desesperadas: en Argentina nadie se baja de los privilegios. Ni el “milagro coreano”, ni el “modelo chileno”: el único equilibrio argentino posible es un equilibrio de tensiones dentro del capitalismo, pero no una normalidad capitalista. El gradualismo utópico de “Cambiamos” sostiene la lucha por una nueva racionalidad como si la moderación de sus políticas solo partiera de un cálculo comunicacional y no de una realidad: la estructura social argentina, la fuerza social, los niveles de sindicalización y organización que presentarán (y que están empezando a presentar) batalla, la institucionalidad democrática (¿qué son las paritarias o la movilidad jubilatoria sino instituciones?) y los desequilibrios de una economía con viento de frente.no los dejen solos“Cambiamos” funda la épica de las asesorías argentinas porque su libro tiene el ritmo de las pulsaciones duranbarbistas: el PRO es un partido político de políticos a los que no se los puede dejar solos. No se los puede dejar sin red discursiva. Ni Macri, ni ese otro gran personaje secundario que es Miguel Del Sel, pueden correr el riesgo de la improvisación porque “piensan mal y hablan peor”. Los asesores y ghost writers del PRO hacen a los políticos. Lo saben y les encanta que se sepa: Iglesias Illa formula una nueva mitología política en base al “afuera” de la política no solo por el supuesto fracaso de la política clásica sino porque sus políticos no tienen nada adentro. El vacío de estos personajes públicos es la “oportunidad”. Hay una escena: en un almuerzo para contener a Miguel Del Sel le preguntan por qué está ahí, por qué se postula, por qué quiere “ser”: y el humorista dice después de un largo silencio que porque “odia la corrupción”. La escena es tensa no por la emoción de su respuesta (describe que se le llenaron los ojos de lá-grimas), sino por el esfuerzo al que obliga la pregunta: ¿tiene una respuesta Miguel Del Sel? ¿Las lágrimas no ocupan también ese vacío desolador, la ausencia de una respuesta que lo mortifica?El macrismo tiene otro relato, pero ese relato no resulta el negativo del relato kirchneris-ta. El relato macrista sugiere la desintegración de cualquier relato, la fumigación sobre los resquicios de densidad simbólica que haya dejado el paso del kirchnerismo por el poder. Es la operación de los billetes: cataratas por próceres, ñandúes por próceres. Tu-rismo por historia. Es decir: economía. El macrismo pone un perro a juguetear en el sillón de Rivadavia porque entiende que su problema no está en reivindicar a tal o cual personaje histórico, no es la vuelta del liberalismo, no es reemplazar a Luis Alberto Romero por Norberto Galasso, sino la disolución del debate mismo. ¿Pero hay relato? Hay relato. ¿Y cuál es? Es la economía. Si el peronismo nos quería felices (quería niños felices, niños que reciben los regalos de Evita), si el kirchnerismo nos quería intensos (jóvenes que aprenden a leer a Clarín y se reclutan como militantes), el macrismo nos quiere alegres. La alegría es inmaterial. La alegría, como figura en esa hada madrina llamada Wikipedia, “se simboliza con el color cian o amarillo, este también se compara con optimismo o placer, porque si hay alegría hay placer y optimismo”. El kirchnerismo, para encubrir sus fallas en la economía o para ampliar la medición de su “éxito”, proponía algo más que economía. Proponía memoria (museos, televisión educativa), cultura gratuita (CCK, Tecnópolis). El Estado podía ser parte de la oferta de consumos, por lo menos en las ciudades y sus periferias. Un Estado paralelo, que competía con el mercado. El PRO te quiere dejar en paz, te saca lo más que puede el Estado de encima y entonces: solo tiene para ofrecer economía. En esa fortaleza anida su debilidad: ¿tendrá economía para todos?Por lo pronto “Cambiamos” es un libro de autoconsciencia liberadora de toda “culpa”: a Iglesias Illa le encanta subrayar el uso del GPS para moverse en el Gran Buenos Aires, la dieta paleo o las frutas y bebidas light de las reuniones, detalles que se imprimen como el negativo del “chori”, el “vino” o el mito del parroquiano puntero que se mueve como pez en el agua del Conurbano. Porque dice: sí, somos los chetos nerds bailando Tan Biónica y no conocemos la jerga ni los yeites, pero les ganamos. La frase final es contundente: “Hoy ganamos los boludos.” Pero para completar esa autopercepción primero completó la percepción de ese “otro” que podría ser cualquier nativo de clase media sobre-ideologizado y con una relación que suponen solo fetichista con la política. Y que además tendría ante el peronismo una fascinación defectuosa: lo adora por su oscuridad. El peronismo que se describe en “Cambiamos” supone que es lo que los antiperonistas dicen que es. Es decir, el concepto que mi amigo politólogo Pablo Touzon talló como “goriperonismo”: que la conversión al peronismo supone la inversión positiva del discurso negativo gorila (un viva el chori o viva el clientelismo). El “boludo” que usa Iglesias Illa para sí, en verdad, lo proyecta primero sobre los otros. De ese modo, el pe-ronismo que gobernó desde 2002 y sacó a la Argentina de su peor crisis, se describe solo como el mapa de la mente de un politólogo que bardea en twitter y que se hace peronista porque ama la carne, la fiesta, el sexo y el mito.En el extremo de esta lógica del “nuevo elector” que vota lo que quiere se pone en juego otro reto: si el “populismo para armar” de la década pasada intentó reconstruir la figura imaginaria del Pueblo achicando la Nación, esta nueva escena social comprendida como una atomización radical amplía las fronteras de otro sueño imposible: ¿una política que hace todas las cosas “concretas” que la gente quiere? ¿Achicar el Estado y la Nación para agrandar al vecino? Entre el margen de error mínimo que les arroja su economicismo, su vocación de desintegrar relatos y su oferta del político-pastor que escucha a cada “vecino” contienen un trípode que parece espinoso: o frenan la inflación y generan empleo o se hunden. Cambiamos. Mauricio Macri presidente. Día a día, la campaña por dentro, de Hernán Iglesias Illia.Sudamericana, 2016, 345 páginas.- See more at: http://revistacrisis.com.ar/notas/cambiaron#sthash.TjoRemTD.dpuf

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