Visión de las ciudades es un libro notable, un poema que desborda sus límites devolviéndole de un modo nuevo al género moribundo de la poesía su capacidad de narrar. En efecto; hay un parque, unas plazas, un puerto. Nada especialmente memorable sucede, salvo que los textos en su objetivismo, en su carencia absoluta de énfasis, están atravesados por una extrañeza in nita que lo embarga todo y que no es otra que la extrañeza de lo evidente; la extrañeza de mirar, de cruzar una calle, de leer ahora estos poemas, de recorrer una ciudad. No es un empeño menor; en pleno siglo XXI, con esta Visión de las ciudades Gerardo Jorge ha comenzado a mostrarnos los nuevos estatutos de la soledad. Raúl Zurita John Cage ha dicho que alguien, cuando aparecía en televisión, era como la semilla en dispersión del cardo que nosotros llamamos “panadero”; alguien que aparece en televisión entra en todos los rincones, en todas las casas, es como el dios Milarepa, dice Cage, es una semilla de hombre cosmopolita. Pero aquí se trata del poeta y su visión. Se trata de los poetas que son, mediante su híper-cosmopolitismo, como clones de Milarepa. Gerardo Jorge lo con rma con su libro, donde hurga en los pliegues del paisaje para descubrir a los bañistas sacudiendo sus manos “como hojas de lechuga” pero también para interrogar a eso que “de lejos, parece una ciudad, pero no es”, con una mezcla de intimidad y extrañamiento. Visión de las ciudades plantea un recorrido por rincones de metrópolis actuales y vuelve a preguntar dónde habitamos. Lo hace contrastando imágenes de la naturaleza y de un espacio casi escenográ co y manteniendo en tensión el eros de la lejanía, la adolescencia y las sensaciones con los re ejos de una visión oscura. Con la maestría de alguien que organiza su visión como un libro y el libro como una escrutadora ensoñación, busca los molinos de espuma de los universos fractales, los espacios de la ciudad como una página. Y entiende de súbito que la ciudad nos constituye y se hace visión en nosotros en lo sucesivo, en el secreto, en el vivac de sus imágenes misteriosas. Arturo Carrera