En resumen, y sin miedo a equivocación, puede concluirse que Mansilla expone en este libro lo que la América primigenia pudo dar y da para nuestra sobrevivencia solidaria. Sin declamación, sin alardes de político o ganadero, sino con la ponderación de quien entre el cometido que lo ha llevado a los ranqueles y la vida que ha visto vivir en sus viajes entre otras culturas, adhiere a la sana apreciación de valores y aspiraciones del ranquel, defendiéndolo del ajusticiamiento final. Mansilla necesita ser reafirmado en esta apreciación por cuantos pensamos que América Latina necesita volver su mirada a esos desencuentros originarios que no tienen nada de folklóricos ni peregrinos, sino que están clamando por resguardos que no se tuvieron, no se tienen, y nos siguen faltando.