En Sierpień, Novoa trabaja concentrando sentidos, sus trazos son los necesarios, certeros, precisos, no hay aquí adornos ni abalorios. Los poemas se presentan sin hilachas ni rebarbas, limpios y eficaces, logrando que nada nos distraiga de lo que intenta decirse. A través de esta admirable artesanía, este libro nos invita a ser testigos del instante en que ocurrieron las cosas, nos asomamos al sitio y al momento en que germinaron el dolor y el goce, el transitorio júbilo y la pena duradera, las heridas y cicatrices que todavía están allí. Pero nada de aquello sobre lo cual pasa el tiempo queda intacto: habrá probablemente cierres, conclusiones, nuevas formas de mirar y entender, capas y sedimentos alterando el aspecto visible de las cosas. Cuando la poesía cava en profundidad, como en este caso, deja a la vista el sustrato, lo que importa, aquello que, cualquiera sea la forma que haya tomado con la vida, nos acompañará siempre.