No hay cocinero que no se sienta un artista. No hay cocinero que no se sienta el mejor de todos. No hay cocinero que no necesite el aplauso, el reconocimiento explícito y entusiasta de los que se sientan a su mesa. No hay cocinero que no sufra cuando la reacción es tibia, o silenciosa, o los comensales deja buena parte de la comida en el plato. No hay cocinero que no trabaje, y se desvele, y pierda el apetito, y ponga lo mejor de sí para conseguir un producto efímero, que se consume en un momento y siempre disfrutan más los invitados que el anfitrión.