León Trotsky es uno de los referentes centrales en la historia del socialismo y de la teoría marxista del siglo XX. Por un lado, por su actividad política, de la que se destacan dos hitos: su participación en la Revolución Rusa de 1917 y en la fundación de la Internacional Comunista, procesos en los que se constituyó, junto con Lenin, en un dirigente de primer orden; y, años más tarde, tras la entronización de la burocracia articulada en torno a Stalin, su ubicación como enemigo de la degeneración del régimen soviético y defensor de los valores emancipa torios de la Revolución de Octubre, en función de lo cual decidió liderar la Oposición de Izquierda y, luego, la IV Internacional. Por otro lado, por sus aportes al desarrollo del pensamiento socialista, que se expresaron en lúcidas reflexiones vinculadas al análisis de lo político (en sus múltiples temporalidades y dimensiones), en especial, a la exploración de las tácticas y las estrategias revolucionarias, pero que también se extendieron al ensayo historiográfíco, económico, filosófico y hasta la crítica literaria. Dentro de esta profusa y variada producción, La Revolución Permanente fue, sin duda, una de las obras arquetípicas de Trotsky. La relevancia del texto radica en que puede ser entendida, simultáneamente, como una lectura de la realidad, una teoría, una estrategia y un programa de acción.