A partir del año 2020, que será recordado como el año de la pandemia de COVID-19, nuestra relación con el mundo, con los demás y con nosotros mismos ha cambiado. ¿Regresaremos algún día a la “normalidad” prepandémica? Hace dos milenios y medio Heráclito entendió que no hay manera de bañarse en el mismo río: las aguas siguen corriendo. El quiebre histórico que implicó la pandemia podría ser pensado como un diluvio que ensanchó el fluir del cuenco habitual de la existencia. En las profundidades de esas aguas hay distintos aspectos entrelazados, que analizaremos con mirada psicológica (inseparable de la social). Por un lado, el corte que ha implicado respecto al modo de vida contemporáneo y su aparente certeza, como crisis global y sincrónica de la humanidad, y de cada persona que forma parte de ella; que ha sido una manifestación patente de cómo lo colectivo y lo individual se moldean, contienen y reflejan. Por el otro, la vertiginosa tecnologización y virtualización del amor, la educación, el trabajo, y de tantos otros ámbitos vitales. En esa intersección de crisis y virtualización, encontramos ciertas formas enajenantes que ha tomado el malestar subjetivo, y también la apelación a un despliegue de nuestras facultades existenciales como posible respuesta. Los problemas, las soluciones intentadas y los interrogantes que se abren cotidianamente, tienen significativas dimensiones vinculares y tecnológicas, con un inexorable trasfondo existencial. Todo esto se arraiga en procesos que ya ocurrían antes de la pandemia, pero acelerados y 12 multiplicados por esta circunstancia histórica, que también convoca a la sensibilidad humanista presente en cada uno de nosotros. Las cuarentenas y el distanciamiento social han traído paradojas vinculares que caracterizan esta época, y probablemente continuarán haciéndolo por varios años.