Inspirándose libremente en una historia transmitida oralmente en su pueblo natal, el autor indaga sobre los límites a los que deben ajustarse los cuerpos de seguridad del Estado. Protegido por el secreto de confesión, un hombre dice al sacerdote que ha matado a un hombre. El cura ya lo sabía, “algo había oído”, es un secreto a voces. Los vecinos del pueblo, erigidos en jueces al margen de cualquier proceso legal, protegen con un pacto de silencio a los encargados de ejecutar esa sentencia capital. Todo parece evidente, solo se ha corregido un error lamentable, piensan. Pero, ¿es todo tal como las apariencias parecían indicar? ¿Y si se hubiera cometido un error irreparable? En definitiva, esta novela narra un episodio más de la sempiterna lucha entre el bien y el mal; y el peligro de que aquellos encargados de combatir la delincuencia, se equivoquen de bando y traspasen la línea que nunca debieron pisar. Tener claro dónde está esa línea se convierte entonces, en la principal virtud de los que sirven a la ley.