en el museoa veces, observando a la gente ambulantepor los lentos pasillos del museo del pradono puedo contenerme, y me pongo a su ladopara saber qué opina -con un gesto pedante-de un conde, un santo, un dios, o de un perro elegante.os aseguro que lo mejor que he escuchadoson esos comentarios del niño malhabladoal mirar a una venus desnuda por delante.cuando esa gente huye y en la misma salidaafirma ciegamente haberlo visto todo,no haber dejado atrás ni una sala olvidadame entristezco, pensando que hay quien deja la vidajactándose saciada de eso mismo, de modoque mirándolo todo no han contemplado nada.