Estamos entrando en una época en la cual los totalitarismos que han sido rechazados (nazismo, fascismo, comunismo), formas supremas de atribución de lo divino a la acción política, aunque sea pequeño el espacio de tiempo que nos separa de sus momentos más trágicos, obtienen extrañamente entre los jóvenes, que no los han con ocido, una versión de los hechos que los exalta de nuevo como una «tierra prometida».