A principios del siglo XX estamos viviendo una auténtica inflación democrática. Como es bien sabido, la demokratia clásica ocupó un lugar destacado en algunas polis de la Grecia clásica, inaugurándose desde entonces una serie de enfoques -a veces muy distanciados entre sí- sobre cómo habían de regularse las relaciones entre el demos (el pueblo) y el cratos (el poder). El modelo político que se ha ido imponiendo en las sociedades occidentales es el de la democracia liberal. En los últimos años la emergencia de fenómenos como la globalización económica y tecnológica, así como los fenómenos de pluralismo cultural y nacional (inmigración, naciones minoritarias, poblaciones indígenas, etc.) han ampliado la agenda tanto de la teoría como de la práctica demodrática en un mundo crecientemente interconectado.