En la Biblia, el Espíritu Santo es el Consolador, la fuerza de lo alto que viene en auxilio de nuestras debilidades. Para nosotros, que somos frágiles, que nos vemos obligados a enfrentarnos a tantos combates y que nos desviamos muy fácilmente, su asistencia no debe ser un lujo; sino, más bien, en un elemento esencial de nuestra vida cristiana. Sin ella, no podemos realmente progresar, ni responder al llamado a la santidad que Dios nos dirige.