La difusión inicial del cristianismo fue un fenómeno habitual de la generación apostólica (30-70 d.C.). Sin embargo, aquella primera evangelización no habría surgido un efecto duradero si en las comunidades de los seguidores de Jesucristo no se hubiera dado un arraigo de las creencias y de la manera de vivir cristiana.De esta labor de consolidación, trascendental para el futuro del cristianismo, se ocupó pacientemente y con perseverancia la generación siguiente (70-110), que siguió la tarea empezada por los primeros misioneros.A través del análisis de un caso particular -las comunidades cristianas de Ponto y Bitinia en el paso del siglo I al siglo II-, el autor estudia en este libro el papel que desarrolló la segunda generación de cristianos, cuyo rastro puede seguirse gracias a dos testimonios que son complementarios, aunque de origen muy distinto: la Carta primera de Pedro y la Carta de Plinio el Joven a Trajano.Mientras que el primero deja observar desde el interior el proceso que siguieron aquellas comunidades en su inicio, el segundo muestra los resultados desde una perspectiva exterior. Ambos documentos manifiestan, cada uno a su manera, que la transformación de la forma de vida de aquellos seguidores de Jesucristo determinó la consolidación y el éxito posterior del cristianismo.
"bueno, lo recomiendo"