El Astillero

Juan Carlos Onetti · Catedra

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Reseña del libro

En El astillero alcanzan su madurez, el resplandor más compacto de la derrota, dos invenciones notables de Onetti: el fugaz antihéroe Larsen y la imperecedera, pero nunca nueva, ciudad de Santa María; esa ciudad portuaria que lo mismo podría ser el fantasma de Montevideo o de Buenos Aires, que está cerca de la ciudad argentina de Rosario pero no pertenece a país alguno. Otra vez, frente a este proxeneta con rasgos místicos Larsen, canalla con tanto de hundido como de salvado; frente a esta ciudad inexistente en la realidad pero verdadera, de ficción pero no de juguete, podemos caer en la tentación de felicitar a Onetti por presentar un pedazo descarnado de Latinoamérica, sin exotismo ni prodigios, sin utilizar la impotencia y la erosión para exportar como un folclore alegre y vendible. Pero cualquier habitante de Europa del Este, de los años 30 o de los posteriores a la Segunda Guerra, podría encontrar en esta ciudad catastrófica tantos factores en común como un latinoamericano o un norteamericano de una desolada ciudad del sur. La ambición de Larsen por conquistar a una débil mental o loca recuerda la novela serial de Isaac B. Singer, Shosha, ambientada a fines de los 30 en Polonia, y en Junta cadáveres Larsen tiene más de un punto de contacto con el proxeneta polaco Max que protagoniza la novela de Singer Escoria. No son los continentes ni las épocas, ni las ideas políticas, las que unen los libros o forman generaciones literarias, sino un efluvio inmaterial constituido de reflejos deformados del alma humana, que inquieta a los lectores de cualquier tiempo y lugar.

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