Los Ensayos de Montaigne, publicados en 1580, constituyen un “libro único en el mundo, de intención rara y extravagante”, según su autor, hoy sorprendentemente actual en muchos de sus planteamientos. Los temas que aborda son innumerables. Pero hay uno que inquieta especialmente al pensador: la educación. Si una vocación tuvo Montaigne fue la del maestro, sin pedagogías ni instrucción, sino a partir de la experiencia del hombre. Alejado de la idea de la enseñanza como acumulación de saberes, anclada en la memoria, desgrana la importancia del entendimiento y de la formación de la propia conciencia. Como buen humanista, entiende que la finalidad de la educación es la persona, su relación consigo misma y su desarrollo pleno. Y como considera que a partir de cierta edad, el adulto, inmerso en la lucha por la vida y la fortuna, poco puede aprender, fija su atención en la primera edad, cuando es maleable y curioso el niño, al que se acerca «con respeto, con sagrado temblor, pues conoce la delicadeza de lo tierno», según Martínez Estrada. Este volumen recoge tres ensayos especialmente dedicados a la educación y a los educadores ("De la educación de los hijos", "De la pedantería" y "De los libros"), en la inimitable versión del ensayista argentino Ezequiel Martínez Estrada, que «modernizó, refrescó y dio nuevo brío a la prosa de Michel de Montaigne», en palabras del prologuista Adolfo Castañón, y que ha sido considerada la más clara, bella y precisa en castellano. Montaigne enuncia principios que, en siglos posteriores, formularían las teorías pedagógicas más avanzadas: la necesidad de que la educación sea activa; la importancia del ejemplo frente al discurso, y de un discurso claro y sencillo al servicio del pensamiento; la exigencia de la práctica para consolidar lo aprendido; el desarrollo libre de las habilidades y capacidades naturales de cada uno; el entrenamiento del cuerpo como parte del cuidado del espíritu… Obviando, lógicamente, ciertos planteamientos de época, estos ensayos se convierten en una iluminadora “conversación” con Montaigne sobre uno de los grandes asuntos de esta época y de cualquier otra. «Iniciación, capacidad de juicio y sentido práctico. El niño debe aprender a interesarse en todo y en todos, a vivir y a convivir… ¿Sugerencias? Viajar, tratar a personas de distintos medios y oficios, saber practicar equilibradamente «los tres comercios» –el intelectual, el amoroso, el financiero–, saber sobrellevar las inclemencias del tiempo, conocer el valor del esfuerzo, pero ante todo aprender a ser libre, conocer en sí mismo y en los otros los resortes de la libertad.» Del prólogo de Adolfo Castañón «Montaigne apunta a que el concepto de lectura obligatoria es un concepto falso. Dice que si él encuentra un pasaje difícil en un libro, lo deja; porque ve en la lectura una forma de felicidad.» Jorge Luis Borges