Emilia Ayarza eligió, de todos los posibles animales para la observancia en un periodismo hecho del registro de pequeñas cosas, no al búho de presencia sapiencial y aires filosóficos, no al águila rampante de vista aguda, no a la edénica serpiente ni a la cabra capaz de trepar a los riscos para mirar al hombre, sino a la despreciada, zumbona, entrometida mosca. Mucho humor, mucha imaginación, gran capacidad analítica, ironía y más ironía, brota a borbotones en las páginas de su diario. La tragicomedia, tan propia de los latinoamericanos, atrapada en estas páginas, nos recuerda que en nuestro caso, cuando el pensamiento aprende a escribir, lo hace a veces desde el goce y a veces desde el llanto. La mosca es libre. Solitaria. Viajera. Tres condiciones que le permiten entrar donde quiere, guardar las distancias e ir sin más pasaporte que el deseo. ¿No son tres condiciones fundamentales para la creación, la libertad, el distanciamiento, la transgresión de fronteras?