A la vez que rememora el viejo mundo rural que acabaron devorando la carcoma y las ortigas del abandono, una duquesa, ya en edad crepuscular, escribe a su hermana melliza Lolita -desaparecida años atrás como una ninfa en el agua-, porque continúa añorando su presencia y necesita llenar con palabras y recuerdos el hueco repleto de memoria y de misterio que Lolita abrió en su vida. Pero, además de escribir, la duquesa recibe unas cartas, inesperadas, de un hombre a quien ella apenas conoció en su infancia: Joaquín, lutier de fuentes y propietario de La lámpara de Aladino, la primera tienda de electrodomésticos del pueblo que trajo al viejo mundo rural el progreso. Y en sus cartas, Joaquín cuenta otros sucesos y avatares hasta ese momento desconocidos. Ambos relatos, el de la duquesa y el de Joaquín Aladino, se irán entreverando en esta novela hasta formar en la mente del lector -gracias a la belleza de la prosa de Francisco de Paz Tante- un solo relato, tan fantástico como real, que transcurre en un paisaje impregnado por las aguas del río, del arroyo, de las lluvias y de las fuentes de donde brotan rumores, roces y, a veces, si se sabe escuchar, sonidos musicales e incluso voces y palabras: las del agua. Porque es en el agua donde habitan las ninfas: unas, maltratadas y perseguidas por faunos brutales, y otras, abrazadas por faunos amorosos, uno de los cuales -profesor de literatura en el instituto, estudioso del agua, amigo de Joaquín y de la madre de la duquesa, admirador de la Lolita de Nabokov y de la película de Kubrick sobre esta novela-, incluso cuando su amada desaparezca en el agua, continuará allí, oyendo en los rumores acuáticos las sílabas de su nombre: Lo-li-ta.