El segundo capítulo del Libro de los Gigantes estaba dedicado a las mujeres. El primer cuadro mostraba una preciosa giganta de cabellos rojos. La cara del gigante se puso roja como una manzana. Nunca en la vida había visto una giganta. -¡Tengo que encontrarla! - exclamó emocionado-. ¡Tengo que encontrarla! Pero nadie en la aldea sabía dónde vivía la giganta ni cómo se llamaba. Y el pobre gigante enamorado, cada vez más triste, pasaba los días contemplando el retrato de su armada y suspirando.